Feminismo como argumento político ¿pose o herramienta electoral?

Mientras persiste una acusada desigualdad de géneros muchas campañas usan la protección de los derechos de la mujer para sus propios fines. ¿Anti-machismo o simple oportunismo?
© Cup of couple

Los expertos en marketing político coinciden en que el nivel de la pasada campaña electoral a las elecciones europeas fue más bien bajo. Una campaña, por cierto, que habría resultado mortalmente aburrida de no ser por un comentario extemporáneo del candidato del PP, que dijo en una entrevista que tenía miedo de que se le acusase de machismo si mostraba “superioridad intelectual” ante una mujer. Aquello encendió la mecha: la campaña se convirtió en un bochornoso cruce de acusaciones entre unos y otros, y las demostraciones de respeto a la mujer se usaron de arma arrojadiza de una forma sonrojante para cualquier observador imparcial. Realmente es triste que, cuando el 70% de las leyes que organizan nuestra vida y nuestra convivencia provienen de Europa, se haya utilizado una cita electoral para intercambiar golpes y acusaciones a raíz del impresentable comentario de un candidato.

La pregunta es ¿es real la reacción airada contra un partido político que ha ofendido a las mujeres, o hay un poco de pose en todo esto? ¿Se toman los políticos en serio a la mujer, o muchas veces utilizan el feminismo para restregárselo en la cara al contrario? ¿No es – a veces - la supuesta defensa de nuestro sexo una coartada para atacar al de enfrente? ¿Se usa el feminismo de mala manera? En una ocasión, hace muchos años, fui testigo de una discusión en una empresa. La relaciones públicas acudió a dar explicaciones a un cliente que estaba indignado por un incidente bastante grave. En un momento de la conversación, él cliente reclamó la presencia del director de la empresa, y, rauda, aquella señora – que al fin y al cabo era una segunda de a bordo y no el capitán del barco – respondió “¿Qué pasa, que no quiere usted hablar conmigo porque soy mujer?”. Para mi sorpresa, aquel hombre enfadadísimo no insistió en hablar con instancias superiores. La sola mención a un supuesto desprecio de género lo había acobardado, cuando lo normal era haber contestado “No, señora, no quiero hablar con usted porque necesito tener esta conversación con el último responsable de la empresa, no con un mando intermedio, y me da igual si es un hombre o una mujer”. Pero no se atrevió. Hay cierto complejo en estos asuntos.

La plena igualdad entre los sexos no existe. Sigue habiendo mujeres que cobran mucho menos que los hombres por hacer el mismo trabajo, y, sobre todo, seguimos enarbolando una supuesta corrección política ante actitudes de desprecio a la mujer en otras religiones. Sigue habiendo sexismo en los anuncios – cuando un hombre anuncia un detergente siempre es un señor con cara de tonto que no sabe poner la lavadora – y la imagen de la mujer es usada de forma lamentable por algunos locales de ocio, por no hablar de los centenares de anuncios de prostitución que aparecen en las páginas de todos los diarios de España.

Esto no se arregla con broncas de patio de colegio cuando un político dice una estupidez. Se arregla siendo estrictos con la igualdad entre los sexos. Se arregla persiguiendo hasta la extenuación la trata de mujeres. Se arregla fijando multas estratosféricas para las empresas que paguen un céntimo menos a una mujer que a un hombre por hacer el mismo trabajo, y prohibiendo la publicidad de reclamos de venta de sexo, de la misma forma que no se puede anunciar tabaco. Sin embargo, se pasa de puntillas por estos agravios reales mientras se llenan páginas y más páginas con la bronca política entre partidos por una frase sin pies ni cabeza.

A veces tengo la impresión de que muchos políticos usan la protección a los derechos de la mujer para sus propios fines, cuando en el fondo es un tema que tampoco les preocupa tanto. Hay mucho por hacer antes de pasarse seis días de campaña dando vueltas a una majadería. Y sí, me preocupa que un señor pueda decir que debate de forma distinta con una mujer que un hombre. Pero me inquieta muchísimo más que en una entrevista de trabajo puedan preguntar a una mujer cuáles son sus planes de maternidad o que se anuncie una discoteca con una señorita enseñando escote. O que cada años entren en nuestro país miles de chicas cuyo fin, sin que ellas lo sepan, es acabar en un prostíbulo. Pero claro, esas son cosas complicadas de echar en cara al adversario político, y por eso parece que interesan menos.

La mujer tiene que dejar de ser una fuente de reproches electorales, un trasto que se usa para lanzar a la cabeza del contrario cuando no se tiene otra cosa a mano. El camino a la igualdad es muy largo y queda, tristemente, mucho terreno por recorrer. ¿No es absurdo hacer más complicado el viaje con asuntos de segundo orden? Esto te interesa

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